Era digital, era de la desescolarización. Cómo trascender la locura de la escuela sin demolerla. Cómo cambiar la escuela sin esperar a que lo haga la sociedad. Este
artículo tiene más de 34
años. Dada su vigencia por la aparición de las TIC y el "learning is work", lo
vuelvo a publicar de forma íntegra.
INTRODUCCIÓN
Los esfuerzos que se han hecho en las últimas dos décadas para
transformación de la educación apenas han logrado tener éxito apreciable hasta
el presente. Otra vez la resistencia al cambio ha sido más poderosa
que las alternativas innovadoras que se ofrecieron. Los críticos de
la educación podrían clasificarse dentro de una línea continua que ya desde
aquellos que proponen reformas del método y del contenido curricular -crítica a
la enseñanza-, hasta los que experimentan con la desescolarización -crítica a
la escuela en sí-. Podríamos decir que unos y otros, en la
formulación de sus propuestas, carecen con frecuencia del acto de la superación
del sistema educativo. Una superación que implique una toma de
conciencia y un ir más allá, tanto de las reformas pedagógicas o nueva
escolarización, como de la negación de la escuela o
desescolarización. Para especificar, sólo en el estadio final de la
desescolarización illichiana es que aparece el elemento positivo de
la lucha por el derecho a la libertad educativa, condicionando dicha libertad a
la creación de una sociedad nueva: la sociedad desescolarizada.
Ante
la impotencia fáctica, ante el romanticismo de un cambio serio y formal en el
sistema educativo, independiente del cambio en el resto de las estructuras más
importantes de la sociedad, es que proponemos latransescolarización.
ENSEÑANZA Y APRENDIZAJE
Al revisar- la teoría
educativa de las universidades de Puerto Rico, pública y privadas, encontramos una
marcada preferencia, por no decir una exclusividad, por el proceso de enseñanza
("teaching") frente al proceso de aprendizaje
("learning"). Encontramos un concepto de educación que
consiste en el acto de transmitir conocimientos más que en el acto de conocer. Esta
ideología también se manifiesta en la estructura arquitectónica centro docente,
en la concepción que profesores y estudiantes tienen acerca de sus funciones y
de sí mismos, en el diseño de los prontuarios y en las esperanzas puestas en
las técnicas y métodos de enseñanza. Asomémonos al salón de una
clase típica y veremos cómo allí están presentes todos los elementos que de
acuerdo a los principios generales del aprendizaje, indican que quien realmente
aprende o aprende más es el profesor. Una de las condiciones más
importantes requeridas para que se dé el aprendizaje cognoscitivo, es la
experiencia en el proceso del conocimiento y la participación del que quiere
aprender en la planificación y desarrollo del contenido. Dichas tareas
están vedadas generalmente a nuestro estudiante universitario. Aun
así el estudiante aprende algo, "aprende a asistir a la clase, a prestar
atención, a no interrumpir, a memorizar, a regirse por- horarios fijos; aprende
a ser dócil o rebelde, a permanecer sentado sin moverse por largas horas y sin
pensar en nada; aprende a temer o a odiar, a ser dependiente de quienes
representan la autoridad" (Jerome, 1977).
Hay que mencionar que la
preocupación existente por el proceso del aprendizaje en la universidad se debe
al movimiento de la crítica pedagógica actual, de tal manera que ya no nos
suena tan mal el hecho de que la Comisión sobre la Reforma Educativa (1977)
proponga que se descontinúe el título de "Instructor" en el sistema
universitario ya que la educación, continúa diciendo, "es un aprender, no
un enseñar o instruir". Sin embargo, planificar y llevar a cabo
una educación sistemática en términos del aprendizaje traería ya de por sí
dificultades muy serias a cualquier nivel, sobre todo a nivel
político. Pues si bien la enseñanza puede ser, y de
hecho lo es, controlada fácilmente por los poderes político, económico y
educativo, podría no suceder lo mismo con el aprendizaje. Mientras
el acto de enseñar es inconcebible sin el endiosamiento social y la legitimación
política, el aprendizaje puede esquivar y hacer el juego al poder político,
económico e incluso al poder educativo de la oficialidad. La
enseñanza institucionalizada, obligatoria o libre, no necesariamente garantiza
el aprendizaje ni el saber-. Los factores que intervienen en mayor
número en el proceso del aprendizaje se relacionan más que con la enseñanza
"ex cátedra" con aquellas experiencias como el trabajo, vivencias,
observación, consulta a compañeros y libros, medios de comunicación, entretenimiento,
etc. Las aseveraciones de que la mayoría de las personas adquieren
la mayor parte del conocimiento fuera de la escuela y de que la escuela y la
universidad se fundan en la hipótesis de que el aprendizaje es el resultado de
la enseñanza curricular, han sido minuciosamente estudiadas
por- Reimer (1975) y por Illich (1974).
Nuestras universidades cada día más
conscientes del peligro que representa para la educación escolarizada la
pluralidad y diversificación de los medios extraescolares y extraoficiales para
el aprendizaje, están adoptando principalmente dos posiciones estratégicas:
Insistir en controlar y validar el aprendizaje supuestamente derivado directa o
indirectamente de la enseñanza universitaria; y por otra parte, experimentar la
aventara de extender sus tentáculos académicos más allá de los salones de
clase, "extramuros", educacion cooperativa, como estudios
independientes, cursos televisados...
Acondicionados por- una cultura del libro, acostumbrados a ver en el
profesor y en el libro los dos pilares centrales de la educación, apenas si
sabemos y hemos hecho algo sobre el alcance de un aprendizaje fuera del
contexto escolar y universitario, el aprendizaje autónomo y libre, sobre la
autodidáctica. No es fácil conseguir en nuestras bibliotecas
recursos para la autoeducación y el aprendizaje libre e
individual. Si la escolarización universitaria dificulta ya de por
sí la liberalización del aprendizaje y la autodidáctica, es porque está
envuelto algo más que una metodología. Los sistemas de la
autoeducación y del aprendizaje libre se basan en la idea de que la eficacia
del estudio y el aprendizaje no está en función del rigor científico de la
enseñanza, uno de la calidad de la relación entre el que aprende y la fuente
del conocimiento e información; así lo confirma el informe de la Comisión
Internacional para el Desarrollo de la Educación (1972) de la
UNESCO. En Puerto Rico tenemos a la Comisión sobre Reforma Educativa
(1977) que parece reconocer y recomendar el desarrollo de programas informales
en educación y "convalidar los logros educativos objetivamente
constatables, independientemente de su origen"; pero al momento de
establecer la relación entre los centros de la enseñanza formal (escuela,
universidad) y la enseñanza informal (multimedios
extraescolares, desinstitucionalizados del aprendizaje), aparece en
el panorama la concepción ejemplarizante y convierte a la escuela-universidad
en el modelo, en "centro planificador, programador y coordinador" de,
como quien dice, toda la educación. La universidad, y no otras vías
de aprendizaje, sigue siendo para dicha Comisión "el delegado de la
sociedad para conducir la educación integral".
Educación integral, desarrollo
integral, humanismo integral, tales han sido siempre los objetivos pretenciosos
de aquellas instituciones que se creen románticamente redentoras y únicas de la
infortunada sociedad: iglesia, escuela, estado. Ninguna institución
debe arrogarse el derecho de monopolizar la difusión del conocimiento. El
aprender es una función del vivir; la gente aprende todo el tiempo, toda su
vida. El aprendizaje institucional no es mejor que el aprendizaje
ocasional, como tampoco el aprendizaje de uno no es superior al de otro, es
distinto; sencillamente porque el poder de acceso a las fuentes de información
ha sido distinto; porque la cantidad de tiempo, dinero y libertad para aprender
han sido distintos; porque las oportunidades y las situaciones vivenciadas que
hace que los individuos sean diferentes son distintas. Podemos decir
que en la década del setenta, la década de la post-revuelta estudiantil y del
surgimiento de una nueva generación de retirada, cansada, el mito del
aprendizaje escolarizado se ha generalizado y adquirido más virtualidad en
todas las esferas socioeconómicas. En ninguna otra época como en la
presente puede aplicarse mejor lo que Huberman (1975) descubrió en el
estudio que hizo sobre lo que las personas aprenden por- sí mismas sin la ayuda
de instituciones: no valoraban en nada cuanto hacían "porque no lo
aprendieron en una institución y no fue enseñado por un maestro".
Una de las mayores dificultades que va a encontrar la libertad de
aprendizaje, es que ésta supone la democratización de la educación,
democratización que no resiste todavía nuestra sociedad
política. Las investigaciones socio pedagógicas que se han hecho en
Puerto Rico y en otros países, indican que los intentos por llevar a las
escuelas y universidades el concepto de democracia liberal (si hace énfasis en
la libertad) o el de democracia socialista (si enfatiza la igualdad) han sido
inútiles y malogrados. Existe una correlación positiva entre la
clase social y el aprovechamiento académico, y en Puerto Rico (Nieves Falcón,
1972) esta desigualdad en la oportunidad educativa tiende a aumentar en vez de
disminuir. Escuela y universidad no sólo no están creando igualdad
de oportunidades sino que simplemente legitimizan la desigualdad que
existe en la sociedad (Lister, 1975). El sistema educativo pretende
ser igualitario, pero su función consiste en mantener los privilegios; existe
correlación negativa entre la situación económica, social y cultural de la
familia y las oportunidades de acceso a las diferentes formas de educación; que
el éxito escolar, el "status" ocupacional, la obtención del poder y de
la educación están en función de la clase y privilegios sociales más que de
otra cualidad humana (Coates, 1975; Bowles & Gintis, 1976),
resultando así que la enseñanza institucionalizada no es más que la señal de
salida de una carrera fundamentalmente desigual. Rosenbaum (1976)
y Galtung (1975) llegan a la conclusión de que la escuela reproduce y
refuerza las desigualdades de la estructura social y económica.
La democratización de la educación es algo más que la multiplicación de
centros escolares y universitarios, no sólo más educación para más gente, es
también más participación de la gente (estudiantes, profesores, comunidad) en
todos los niveles ideológicos, políticos y administrativos del proceso de la
educación. Es algo más que la facilitación, la igualdad de acceso y
la igualdad de oportunidades en instituciones oficiales; es también la libertad
de elección de los medios y métodos de aprendizaje, igual distribución de
recursos sociales y económicos, tanto para los programas de educación formal
como para los de educación informal y experimentos en desescolarización; igual
validez y reconocimiento del proceso educativo (aprendizaje) y de su producto
(conocimiento) sin discriminar el cómo y dónde lo adquirió. Lo
importante "no es saber qué camino ha seguido el sujeto, uno lo que ha
aprendido y adquirido" (Comisión Internacional de Educación,
1972). Para una democracia de la enseñanza no es suficiente que
nuestro sistema educativo tenga una base democrática de reclutamiento, si su
espíritu no lo es; si dicho sistema es ampliamente abierto y liberal, pero
forma personas de mente estrecha; si abre a los que aprenden amplios caminos,
pero les cierra el acceso a la verdad (Friedmann, 1970).
Los criterios que he
mencionado de la educación democrática los considero criterios esenciales,
radicales y que, por consiguiente, orillan con lo romántico. En las
condiciones actuales no será posible institucionalmente la democratización
pedagógica, pero sí es posible que educandos (y educadores) adquieran unos y recuperen
otros el dominio sobre la educación. El poder del hombre sobre su
propia educación no cabe en la ideología pedagógica
representativa. En un discurso que pronunciara el
Dr. Allard (1978) en la Conferencia de Presidentes y Rectores de
Universidades del Caribe requiere para el desarrollo centrado en el hombre la
"ampliación de su poder sobre sí mismo, sobre su ambiente y su
sociedad", sin mencionar específicamente, a pesar de ser un educador-, el
poder sobre su educación. La transescolarización es la
señoría de la educación y del aprendizaje por los mismos sujetos que aprenden,
es la apropiación de los recursos sociales y privados disponibles para el
aprendizaje en una sociedad con o sin escuela, con o sin
universidad. En última instancia, es uno, en la sencillez y pobreza
de sí mismo, el que aprende independiente de la riqueza y prodigalidad en
pabellones y facilidades universitarias. Es uno el que aprende
voluntariamente, en libertad de espíritu, no obstante la asistencia
obligatoria, las técnicas de motivación; métodos de enseñanza y los exámenes
quincenales. Todo aprendizaje, diría Rilke, es tiempo de
clausura. Uno es el que aprende con los demás, con los compañeros, a
pesar- de la figura señera del profesor- y de la autoridad solitaria y fría de
los libros de texto. Eso es transescolarización: transcender a
aquel que transmite como a lo transmitido, superar lo académicamente dado,
descubrir, violar sólo y en solidaridad el lugar sacro de la ciencia reservado
a los coloquios de los dioses-sabios desde tiempos
inmemorables. Transescolarizar es la creación por el propio
estudiante de su propio plan de estudios, tal como posiblemente lo hiciera (si
se le permitió) a la edad de cuatro a seis años, independientemente del plan
preparado por el profesor semestre tras semestre, y aprobado por la
instrucción.
EDUCACIÓN EXTRAESCOLAR
Llegará un día en que los niños aprenderán mucho más rápidamente en
contacto con el mundo exterior que dentro del recinto de la
escuela.
H. M. McLuhan
Mi abuela quería que yo tuviera una educación, de modo que me mantuvo fuera de la
escuela.
Margaret Mead
Universidad-enseñanza-aprendizaje. Tríada
milenaria, sagrada interdependencia llamada a permanecer- como tal por- muchos
años más, tal vez generaciones. Todo aprendizaje fuera de la escuela
y de la universidad corre el riesgo de convertirse en tiempo perdido para
efectos del logro de una posición y tenencia social. La expresión
que acabarnos de leer de Margaret Mead es producto de una vida repleta de
vivencias extraescolares que hicieron posible, con eso y todo, la formalidad
previa de un diploma.
Puede decirse que todos, educadores, investigadores sociales,
administradores de la educación, críticos del sistema, reconocen las
limitaciones pedagógicas de la escuela y universidad, aceptan desde un
principio que la escuela no puede estar sola, que la universidad cada vez podrá
asumir menos las funciones educativas de la sociedad; en fin, que educación no
es sinónimo de universidad. El desacuerdo ocurre a partir del momento
en que estas limitaciones para unos, generalmente para los representantes del
sistema, significan una expansión imperialista de la universidad a sectores
extraescolares, colocando matriarcalmente a la universidad (alma mater) en el
centro de la constelación de otras fuentes de información y de conocimiento,
fuentes complementarias. Y para otros significan la conversión del
trabajo, la industria, las comunicaciones, el tiempo libre, la vida familiar en
un laboratorio de aprendizaje; personas, plantas, animales, lugares,
construcciones, etc., todos pueden ser fuente de aprendizaje tan eficiente o
más que las universidades. Ya decía Plutarco que "la ciudad es
el mejor maestro", y que, en palabras deGross (1977) puede
especificarse por "la vida, el trabajo, las bibliotecas son maestros
poderosos que pueden dejar muy atrás a la escuela y la universidad".
Las incursiones extraescolares en Puerto Rico a lo más que han podido
llegar han sido a la implementación de un programa de educación
escolarizada sin escuela, el Programa de Extensión Educativa con una
reducida participación de estudiantes en el año escolar
1975-76). Recientemente se está experimentando a tientas, con algún
que otro curso, una educación escolarizada sin universidad utilizando
en parte los medios de comunicación. A raíz de la falta de gas en
las escuelas públicas de Columbus, Ohio, durante el invierno, el
Columbus Board of Education (1977) comprobó la posibilidad
de impartir enseñanza a toda la población estudiantil de la región sin
necesidad de escuelas.
Tendremos en un futuro no muy lejano
formas y medios de educación más justos, más económicos, más humanos y más
pedagógicos una vez utilicemos los recursos extraescolares de aprendizaje que
están disponibles; pero mientras para aquellos que detentan el poder no tenga
precio el control social de la educación, con o sin extraescolarización,
con o sin desescolarización, seguirá persistiendo básicamente la misma
problemática que la de la educación escolarizada. Por otra parte una
liberación del aprendizaje del poder político y de la oficialidad educativa
(poder escolar) convertiría al proceso del aprendizaje en una presa fácil para
otros poderes como el económico, el de las corporaciones multinacionales, el
tecnológico, el poder de minorías y de clase. Todos ellos son no
necesariamente mejores que los anteriores si se dieran por
separado. De aquí es que surge la necesidad de
latransescolarización. El ser humano como estudiante o educando
puede liberarse de los elementos ideológicos, moralistas y doctrinantes
adheridos al sistema educativo y distribuidos junto e
inseparablemente con el producto del aprendizaje, el conocimiento, por los
educadores. Independiente del poder (me refiero más que nada al
poder político y al poder educativo) que controle la educación formal, no es
tan importante la apropiación de los recursos y medios para la enseñanza, como
el aprender y saber utilizarlos para el bien propio y no necesariamente para
satisfacer las expectativas de quienes fijan las pautas sobre lo que es y no es
bueno para la mayoría. Aspirar- a obtener el control del sistema
educativo individual o colectivamente por- los ciudadanos no pasará de ser más
que una ilusión perenne y una forma de desviar la acción efectiva hacia otras
alternativas no-viables para el educando. El estudiante no podrá
conducir la enseñanza ni el contenido de la enseñanza (lo más probable es que
suceda lo contrario), pero puede ser dueño de la aceptación y de la
interpretación de dicho contenido. La transescolarización cree
que el aprendizaje no es una secuencia de la enseñanza escolarizada o
desescolarizada; sino más bien un proceso interno individual, racional o
irracional, libre, que supera tanto a la enseñanza en sí misma como a los
medios y técnicas de la enseñanza. La escolarización podrá seguir
desplazando y obstaculizando el autoaprendizaje, el aprendizaje libre,
autónomo, individual o grupal, pero, por más que haga, carece de mecanismos
para impedirlo en última instancia. E igualmente la
desescolarización illichiana, en la que aun después de eliminar las trabas
institucionales y escolarizantes que impiden el aprendizaje de
destrezas y la educación, no garantiza dicho cambio radical la presencia del
aprendizaje libre.
TRABAJO Y EDUCACIÓN
A partir del momento en el que la
economía y la industria adquieren el poder político-social, se espera que la
educación formal cumpla con la función de preparar ciudadanos útiles para la
sociedad, sobreentendiendo ciudadanos aptos para el trabajo. Todo
indica que es la educación la que está en función del trabajo, de un trabajo
que dignifica a unos y fatiga a otros, que humaniza y
deshumaniza. Administradores de la educación, educadores,
orientadores constantemente se preocupan cómo las universidades pueden servir
mejor a la industria y responder a las necesidades socio-económicas actuales;
pero todavía no se vislumbra una preocupación idéntica por parte de los
tecnócratas sobre qué clase de empresas necesitan nuestras universidades.
Diferentes estudios e
investigaciones indican que existe una relación estrecha entre la
obligatoriedad de la escuela y el desarrollo industrial en cuanto a proveer una
fuerza de trabajo debidamente estratificada y socializada (Katz, 1968,
1972; Cremin, 1964; Callahan, 1962; Cohen & Lazerson,
1972; Bowles, 1972; Gintis, 1977; Bowles & Gintis,
1976). Partiendo del supuesto de que la "escuela aún sirve a
sus amos", Coates (1975) llega a la conclusión de que en lugar- de ser la
educación la que se extiende a través de la vida laboral para convertirse en
una experiencia vitalicia, es la industria la que constantemente trata de
introducir- sus tentáculos en las escuelas y universidades para asegurarse de
que "la esclavitud del asalariado será vitalicia y sin
escapatoria". Carnoy (1974) encuentra igualmente una
relación entre la educación occidental y el imperialismo económico y cultural,
denuncia una educación comprometida primordialmente con la dominación
imperialista más que con el desarrollo del hombre. No podemos obviar
al mismo tiempo los interrogantes que acuden a raíz de estos hallazgos e
interpretaciones que ven a la educación como un producto de la necesidad
industrial. Es cierto que en Europa el fenómeno de la educación
masiva y su obligatoriedad acontece juntamente con la industrialización; sin
embargo, en Estados Unidos el desarrollo de la escuela pública y su
obligatoriedad es anterior a la industrialización (Block, 1977) e incluso los
responsables de la educación pública fueron más bien los líderes morales
-ministros y polítícos-legisladores- y no propiamente los dueños del poder
económico (Michaelsen, 1977; Tyack, 1967; West, 1967). Esta
última interpretación suena más armoniosa a nuestros oídos, pero deja sin
explicar las conexiones turbias de la ética protestante (Max Weber, 1969) y de
la legislación congresional con el sistema económico
americano. La Comisión sobre la Reforma Educativa (1977) de Puerto
Rico, luego de hacer en una ocasión la salvedad de que la universidad se debe
también al conocimiento, afirma y reafirma varias veces que una de sus
funciones más importantes es la de servir a las necesidades de la sociedad, y
que, por lo tanto, debe haber una mayor vinculación entre la universidad y el
mercado de empleo.
La mayoría de los críticos de la escuela y de los medios de enseñanza han propuesto
como alternativa recuperar e investir del carácter educador al mundo del
trabajo. Podemos mencionar a Goodman (1964),
a Weiner (1967), a McDonald-Ross (1975), Cirigliano (1974)
y a McLuhan (1973), entre otros. Creemos, sin embargo, que
todo intento por transformar la universidad en fábrica (laboratorio) y la
fábrica en universidad está llamado, tarde o temprano, a convertirse en
fracaso. La revolución cultural china, que es el modelo más
aproximado a este intento (Castillo Rios, 1973), está volviendo a lo que
fue la educación china en sus mejores tiempos con la Unión Soviética: una
educación escolarizada (Coe, 1978). En las condiciones existentes y
en cualquiera de nuestras sociedades actuales es tan peligroso el hecho de
entregar al mundo del trabajo la tarea educativa (educación por el trabajo),
como el de esperar de la universidad la educación para el
trabajo. Si la universidad no es un ambiente muy educativo que
digamos, menos lo es aun el mundo del trabajo (Goodman, 1964).
Se ha estado creyendo que
las escuelas vocacionales, los colegios tecnológicos y las universidades (para
efectos de capacitación especializada la universidad es una escuela vocacional
más) iban a ser una cantera de formar personal especializado para un trabajo en
específico y que ello ayudaría a reducir el desempleo. Por más
empeño que pongan escuelas y universidades, sólo cubrirán una minoría de las
miles de carreras, y el entrenamiento de esa minoría será insuficiente para
cualificar sí se tiene en cuenta el equipo sofisticado de la industria y el
comercio. La educación especializada (vocacional) no es una solución
a la crisis del empleo y el desempleo. El argumento vulgarizado es
que la universidad echa al mundo un número elevado de graduados para unos
puestos indisponibles, por lo tanto, dicha sociedad pide a la educación que se
adapte más a las necesidades y exigencias de la industria y de la
economía. Este razonamiento se ha convertido en la explicación
ideológica y política del desempleo profesional en Puerto Rico. De
acuerdo a los últimos datos sobre el desempleo y las proyecciones futuras de
nuevas fuentes de empleo publicados por- el Departamento del Trabajo, el
Informe Económico al Gobernador y el Programa Económico de Cuatro Años, hay que
concluir que la razón principal del desempleo es que hay más trabajadores que
trabajo. La educación especializada, la reeducación no pueden crear
puestos de trabajo que no existen, pero sí pueden agudizar el desempleo al
enfilar las habilidades, capacidades y actitudes de la persona hacia tareas
únicas y específicas. Si en las décadas del cincuenta y sesenta
parecía indicar que las universidades de Puerto Rico respondían a las
exigencias de la economía local, se debió más a la abundante demanda de mano de
obra escolarizada (no necesariamente especializada) que a la hipotética
adaptación de la universidad a la vida.
Comprenderemos mejor la relación existente entre la educación y el trabajo
al analizar la funcionalidad tecnológica, la funcionalidad ideológica y lo que
llamo la transfuncionalidad.
a. Funcionalidad tecnológica
Se entiende por tecnología, pensada como herramienta, la
interpretación del griego "Techne". que es saber
hacer cosas, el ser perito; en este sentido, las carreras profesionales son
tecnológicas.
Lo que espera el estudiante cuando ingresa a la
universidad es una formación para la vida, que le sirva para llevar una buena
vida, más que una vid nueva. La funcionalidad tecnológica o laboral
de la educación responde a la concepción económica del ser humano y a su
correlato concepto de salud mental concisado por-
Freud. Es mentalmente sano (y personalmente feliz) aquella
persona que tiene y puede ejercer la capacidad de amar y
trabajar. La realización y desarrollo saludables de la
personalidad se ha complicado enmarañadamente con el
rendimiento y el éxito que se obtenga en el ámbito socio-económico. La
"realización personal", "el bien de la persona" se
convierten en realidad cuando se dé en el individuo la "vida productiva y
la conciencia del valor del trabajo", nos dirá la Comisión sobre la
Reforma Educativa de Puerto Rico anteriormente citada. Este concepto
de realización personal convierte a la terapia ocupacional como el medio
privilegiado de recuperación en el mundo de la locura; logrará que la felicidad
y la alegría del vivir difícilmente se consigan a través de otros
compromisos y vivencias que no estén dentro de las categorías socio-económicas;
hará que el desempleado sea socialmente estigmatizado y que se vea a sí mismo y
por los demás como inútil e infeliz (¡feliz aquel que tiene un trabajo!). Para
lograr introyectar en el ser humano que la satisfacción, la felicidad
y la realización de uno mismo se obtiene a través del trabajo ha sido necesario
el concurso ideológico, el adoctrinamiento, de todas o casi todas las
instituciones de la comunidad social: educativas, religiosas, políticas y
familiares. A una terapia que refuerza el ajuste, el encaje en un
puesto, la adaptación a la realidad y a sí mismo; a una terapia que enfatiza el
equilibrio, la autorrealización, el ser de una pieza, la supresión de
conflictos y luchas internas, proclamamos como alternativa la TERAPIA DE LA
TRANSOCIALIZACION. En esta terapia se estimula el señorío sobre la
realidad circunstancial más que la adaptación a la misma; la recreación, invención
y revalorización de la vida por hacer, más que la integración y formación
(moldeamiento) para la vida. En la terapia de
la transocialización hay cabida para la superación y
el descondicionamiento de la escuela, de la familia, del trabajo y de
la secta religiosa. En la teoría de la personalidad que sustenta
esta terapia, se considera como evidencia de salud mental la prodigalidad,
heteronomía y diversidad del sujeto (ser de mas de una pieza, tener
indistintamente como centro -descentralización- las diferentes cualidades y
facultades de la persona humana); es también saludable la incoherencia, el
desbarajuste y el despilfarro de uno mismo. El reconocimiento social
de una persona con estas cualidades que acabamos de mencionar como persona
sana, puede acarrear graves trastornos a una sociedad como la nuestra, enredada
todavía con el fetichismo de la productividad industrial y de la mercancía.
En los últimos años se han intentado esfuerzos por incorporar la tecnología
a los estudios postsecundarios e investirla con la toga del
profesionalismo. Sin embargo, la industria y la economía nunca han
cifrado demasiado sus esperanzas en la universidad en cuanto a la formación
tecnológica y profesional de su personal. Saben que los mejores
maestros, los mejores equipos, los más poderosos y avanzados, no están en las
universidades. El tecnócrata sabe que el aprendizaje de técnicas más
efectivo se lleva a cabo en otros: en las corporaciones industriales, en las
fuerzas armadas, en las multinacionales. La tecnología industrial
avanzada produce en sus centros simultáneamente los elementos que hacen posible
el adiestramiento necesario para el presente y para el futuro, sin tener que
depender necesariamente de la universidad. A pesar de que las
clasificaciones y especializaciones definitivas tienen lugar generalmente fuera
de la universidad, las especializaciones universitarias, garanticen o no el
ejercicio de las mismas, permiten el acceso a unas tareas extrauniversitarias
específicas, que luego se convertiránel la fuente primordial del
aprendizaje y de la capacitación posterior. Dado que cada vez son
más acelerados los cambios en el mercado de empleo, la especialización ofrecida
en el invernadero escolar se hace innecesaria y obsoleta al momento de entrar
en el mundo del trabajo. Si el recién graduado se desenvuelve con
holgura en la ocupación o profesión primera, generalmente se debe a otros
factores relacionados con el desarrollo de la inteligencia en general, y no al
aprendizaje de destrezas específicas. El profesor Livingston del Departamento
de Administración Comercial de la Universidad de Harvard concluye, en un
estudio que hizo al respecto, que no existe relación entre la participación en
los programas de entrenamiento especializado y el éxito en la carrera (Wilson
& Rutan, 1977).
¿Para qué, entonces, la universidad? La escuela y la universidad
están ahí, ante nosotros, una por cada manzana de viviendas, preñadas de
grandes ilusiones y con una vitalidad que espanta. No es posible
evadirlas ni eliminarlas. La institución universitaria muy bien
puede llevar a cabo una función pretecnológica
y polimorfista. Puerto Rico está ahora mismo en una etapa de
industrialización en la que se hace cada vez más difícil determinar las
necesidades del futuro; la educación de hoy (la educación formal) ya no es una
tarea relativamente simple como lo fuera hace tres décadas. Si
queremos capacitar a nuestros estudiantes para un futuro desconocido, debemos
desarrollar en ellos una inteligencia creadora y abierta, más que unas destrezas
específicas, que les facilite enfrentarse a las sorpresas y acontecimientos que
les guarda el mañana. Ante un futuro incierto y un presente
destellado de cambios constantes hay que aprender a improvisar y a descubrir
más que a saber sobre algo (Hodgkin, 1976). La poliformación,
la educación pluralista aparece en estos momentos como un signo esperanzador
para la industria y, en cierto modo, también para la liberación de la persona
humana, atrapada e identificada por toda una vida con una ocupación o profesión. Estamos
más cerca de lo que creemos de la indeterminación ocupacional, de la
desidentificación vocacional, de la prodigalidad y dispersión de la persona
humana.
El concepto de "Career Education" es el primer esfuerzo
oficial de esa magnitud en Estados Unidos y en Puerto Rico que promueva el
polimorfismo o una formación pródiga y rica en alternativas
múltiples. Mientras la educación universitaria, basándose en la
ilusión de que el conocimiento es estático y válido para toda una vida,
pretende formar vocacionalmente al estudiante en unas destrezas específicas
para un trabajo o profesión también específicos,
"Career Education" promueve el desarrollo de aquellas destrezas
básicas y generales que puedan titilizarse variable e indistintamente
en el mercado futuro de empleo, que le faciliten transferirse de una tarea a
otra, de una ocupación a otra.
b. Funcionalidad
ideológica
No obstante, la escuela y la universidad cumplen con una de las tareas más
apreciadas por la industria, la economía y la sociedad en general: la
culturalización y socialización ideológicas. La educación en
cualquier sociedad está racionalmente organizada como ideología y como un
sistema de control para mantener y reforzar el sistema político y económico,
entre otros (Quintana, 1977). Las investigaciones que se han hecho
sobre lo que es más importante para las empresas y compañías que buscan el
máximo de ganancias y productividad, se destacan sustancialmente la preferencia
por la adquisición de destrezas, mejor cualidades, ontológicas, llamadas así
por estar relacionadas con la manera de ser y las características de la
persona. Las destrezas tecnológicas (relacionadas con el saber
hacer) y las epistemológicas (relacionadas con el conocimiento) pasan a ocupar
un lugar de menor importancia. El empresario, el administrador
prefiere contratar personal con un alto nivel de educación escolarizada,
haciendo caso omiso, esencialmente, de las diferencias en conocimientos y
logros académicos (Gintis, 1971; Jenks, 1972); el I.Q. no es un determinante
importante para el éxito económico y ocupacional
(Bowles & Gintis, 1976). Lo cual puede significar que
las capacidades necesarias para adaptarse al trabajo en una
sociedad tecnologizada o "existen profusamente (debido a la
enseñanza) o son tan fácilmente adquiridas en el trabajo, que no se consideran
como un criterio para contratar el personal" (Gintis, 1977), y que los
estudiantes más eficazmente adoctrinados, escolarizados, son los más valiosos
para la empresa económica y los que se integran con más éxito a un
"stratum" particular del sistema educativo. Goleman (1981)
menciona varios estudios y experimentos en los que las aptitudes e inteligencia
son irrelevantes para el éxito en el trabajo, en comparación con las
características especiales de la persona, llamadas "competencias" por
estos autores, y por mi "destrezas ontológicas".
La industria no cesa de pedir educación. Sabe que la escuela y
la universidad inculcan los valores de la docilidad, la disciplina y el aprecio
hacia el trabajo; sabe que cuando los estudiantes ceden a sus maestros el
control de las actividades educativas en el salón de clase, éstos están
aprendiendo una de las lecciones más importantes para el futuro, cuando tengan
que desenvolverse en las relaciones sociales de producción. El leer,
escribir y saber aritmética tiene muy poco que ver con la razón por la que
existen las escuelas, nos dice Huberman (1975); la razón por la que
siguen existiendo tiene que ver más con otras funciones sociales relacionadas
con el trabajo directamente, con los intereses de la sociedad y con las
destrezas ontológicas necesarias para asegurar la productividad, En la medida
que las personas aprenden estas destrezas ontológicas relacionadas con el
trabajo productivo y el éxito profesional, les es de algún valor en el futuro
mercado de empleo, pero no les resulta útil, por lo general en su vida ni les
ayuda a ser más autosuficientes o creativos (Dauber, 1975). El
estudiante universitario aprende a ser tratado más que como un fin en sí mismo,
como medio al servicio de la sociedad y de la producción, y eso mismo espera
cuando el futuro (próximo) patrón le objetivice como un medio para el
crecimiento de su empresa.
Anteriormente vimos que el enfoque "Career Education" estaba
a favor de la heteronomía, de la diversidad ocupacional y de
la pluricapacitación (opciones aparentemente liberadoras) como una
respuesta a la versatilidad y movilidad profesional; pero cuando se trata del
desarrollo de destrezas y cualidades que afectan al ser de la
persona, más que al hacer ("téchne"), entonces
"Career Education" toma partido por la uniformidad, la sumisión,
el ser de una pieza, la simplicidad: todas ellas viejas y futuras formas de
control humano y ajuste social. El aprendizaje de destrezas
tecnológicas en los centros educativos no puede escapar de un mínimo
de ficticidad, cosa que no sucede con el aprendizaje de destrezas
ontológicas. La formación ideológica, la adquisición de actitudes y
cualidades ontológicas aprendidas en una situación escolar-universitaria son
las mismas, convergen con las cualidades y actitudes necesarias para obtener
éxito en el mundo del trabajo. Para su aprendizaje no es necesario
acudir a recursos lúdicos y ficticios. "El salón de clase de
'Career Education', nos dicen Wilson & Rutan (1977), no es un lugar
que disimula el mundo del trabajo. Se aprende la conducta de
autodisciplina, puntualidad, responsabilidad, cooperación y atención a los
detalles. La última meta de "Career Education" es
formar graduados que tengan no sólo conocimientos y destrezas (lo que he
llamado aspectos epistemológicos y tecnológicos), sino también cualidades
personales (aspecto ontológico) que demande el trabajo del
futuro". El texto entre paréntesis es mío.
c. Transfuncionalidad
Es antiacadémico seguir
polarizando y antagonizando las especializaciones y la cultura
general. Cada vez habrá menos diferencia entre pluralismo y
especialización, idealismo y pragmatismo, humanidades y ciencia, teoría y
práctica, "career education" y trabajo (Mankin,
1977). Ni la universidad es el lugar apropiado para el aprendizaje
de las especializaciones, ni la industria el lugar para adquirir una cultura
general y el conocimiento de uno mismo. Las relaciones
obrero-patronales son relaciones sociales de producción, en las cuales difícilmente
hay cabida para actividades como las de pensar y crear, incluso en el tiempo
libre, a no ser que el individuo pase por el proceso terapéutico que llamo
"translaboralización" o superación de la moralidad y dignidad del
trabajo. Mientras se intenta humanizar la tecnología y mundanizar
(tecnologizar) a la universidad, hay patronos y tecnócratas que lo que quieren
son personas y profesionales convertidos en personal de una oficina, de una
empresa, al servicio de una compañía.
Universidad e industria no darán
de sí más de lo que han dado. Si el estudiante no aprende a leer-
entre líneas, a leer por su cuenta otros libros y otras revistas que no están
en la biblioteca; si no descubre el trasfondo de la
disertación monológica, en una palabra, si no transciende la funcionalidad
escolar de la universidad, entonces no se está aprovechando de un aprendizaje
que puede adquirirse, a pesar de todo, en la universidad: aprender a aprender-,
aprender a pensar con criterio propio y libre, aprender a amar. El
analfabetismo terminal no es el no saber leer, sino no saber
pensar. Y si la juventud de hoy no dice lo que piensa, una de dos,
es porque no tiene nada que decir o porque no sabe pensar. "En
la Grecia prealfabética, decía McLuhan (1973), no había
analfabetismo del oído".
El sistema universitario debería
estar en función del individuo más que en función de las expectativas de la
industria y economía. Si bien es cierto que la socialización es uno
de los motivos principales por el que el sistema escolar, público y privado, no
está dispuesto a ceder el control del desarrollo de los niños, sin embargo, no
hay razón para seguir socializando jóvenes y adultos a nivel universitario.
EL MAESTRO
En toda sociedad de una
cultura predominantemente verbalizante como la nuestra, la dicción
del maestro viene a ser una de las fuentes de conocimiento y de información más
apreciada por los mismos estudiantes. Esta actitud de endiosar al
profesorado no es nueva. Platón y más tarde el cristianismo atribuyeron al
"pedagogo" una autoridad religiosa, cuasi divina. El
pedagogo era para los griegos la autoridad máxima de la "paideia" y
cultura griegas, y para la civilización cristiana era el representante del
pedagogo del mundo: Dios.
Es comprensible y necesario
que el individuo en las primeras etapas del desarrollo intelectual, etapas de
excesiva dependencia, acepte de buen grado la autoridad pedagógica de sus
superiores. Pero una vez la persona humana ha llegado a la edad del
pensamiento crítico (etapa de estudios secundarios y postsecundarios), la
función del maestro, en cuanto que enseña e inculca conocimientos, debe hacerse
cada vez más innecesaria e intranscendente. Vemos, sin embargo, que la
presencia física o simbólica del profesor seguirá siendo tan necesaria para la
universidad como lo es el ministro para la iglesia o el médico para el
hospital. Esta presencia es necesaria no tanto para garantizar la
calidad y eficacia de la enseñanza, cuanto para que la universidad retenga su
acreditación.
Aquella educación orientada
hacia la acción de enseñar tiende a dar más importancia a la calidad de la
instrucción que a la responsabilidad de los estudiantes. Las
esperanzas de la universidad se cifran entonces en el profesorado, en los
prontuarios y en las técnicas y métodos de enseñanza. Y es en esta
área en la que todavía la universidad no ha resuelto dentro de ella uno de los
problemas fundamentales que trata programáticamente resolver para el resto de
la sociedad. A saber: la contratación de personal diplomado
independientemente de si están o no capacitados para ejercer la función docente
como pedagogos. He aquí la contradicción: por una parte necesita
personal diplomado, es decir, peritos en la materia a enseñar, con el grado más
alto posible para que aseguren tanto la acreditación de la universidad como la
legitimación de lo aprendido, mucho o poco, por el educando; por otro lado,
necesita que esas mismas personas sean educadores profesionales, peritos en
metodología pedagógica y en la aplicación de los principios de aprendizaje. Es
raro que se den estas dos condiciones satisfactoriamente en la misma persona,
no obstante los adiestramientos en servicio. Sin embargo, a pesar de
todas las malomanías y antipedagogías que tienen lugar en los
salones de clase, el estudiante suele aprender algo, lo que indica que el
individuo tiene la capacidad de trascender la calidad de la instrucción y la
enseñanza escolarizada.
La universidad que pretende preparar
ciudadanos para una sociedad compleja y sofisticada, como la nuestra, es
sumamente conservadora, si la comparamos con cualquier otra empresa, en la
creación de medios avanzados de producción (en este caso, en la creación de una
tecnología de la enseñanza); es cautelosa o tímida en utilizar equipo y
recursos que puedan desplazar al libro del status de
primogénito. Algunos hallazgos de las últimas investigaciones
psicopedagógicas vienen a cuestionar lo que considerábamos dogmático en
educación. Es cuestionable la relación entre el aprovechamiento
académico y el conocimiento de destrezas de aprendizaje. Robyak(1978) en
su estudio concluye que no hay relación entre el conocimiento de las destrezas
de cómo estudiar y el aprovechamiento académico. La autoridad responsabilidad
y la participación del estudiante en el proceso educativo, sobre todo lo
referente a qué aprender y cómo aprenderlo, se traduce en un mayor
aprovechamiento académico (Wang y Stiles, 1976). Por otra
parte, las innovaciones en programas académicos, la implementación de enseñanza
liberal e informal no han logrado del estudiante ni más creatividad (Wright,
1975), ni la adquisición de mejores destrezas de estudio, ni más progreso
académico que los estudiantes de nuestras escuelas tradicionales o formales
(Solomon & Kendall, 1976; Bennett & Jordan, 1975). El
aprendizaje cognoscitivo tiene que ver más con la actitud y el concepto que el
estudiante tiene de sí mismo que con los programas académicos y técnicas de
enseñanza (Rogers, C. M., Smith, M. D. & Coleman, J. M., 1978; Dean,
1977). De una u otra forma viene a confirmarse la vieja afirmación
vivencial de Neill (1974) en cuanto que "no importa mucho la
enseñanza en si misma, pues cuando alguien quiere aprender alguna
cosa la aprenderá sea como sea". Estos hallazgos también pueden
sugerirnos hacia dónde debe ir el Programa de Orientación de la universidad:
más atención al auto-concepto y autoestima que la persona tiene de sí misma,
que a los hábitos de estudio, a las técnicas de motivación y al ajuste y
adaptación del estudiante al ambiente universitario; más atención al proceso
cognoscitivo y aquellos factores que influyen en el desarrollo del estilo
propio de aprendizaje que al contenido del conocimiento.
Ante la pregunta ¿quién debe enseñar
a quién?; la transescolarización cree que el sistema universitario
puede sobrellevar la superación de la categoría servil amo-siervo,
maestro-discípulo, sabio-ignorante y dar cabida a una nueva
relación desjerarquizada. Es tan peligroso y grave para la
educación el creerse sabio e inteligente como el creerse necio e ignorante. La transescolarización favorece
el aprendizaje en grupos en la medida que ayuda a que el maestro renuncie a su
autoridad para que otros puedan compartirla. Aun en las condiciones
arquitectónicas actuales —el clásico salón de clase—, el profesor puede superar
los roles de informador, instructor, consultor e incluso animador o facilitador
y ocupar el rol difícil de participante en la tarea colectiva
de aprender. Propiamente uno no sabe más que otro, sino más bien
sabe cosas diferentes, lo que hace que cada uno tenga una
posición distinta respecto a la meta que se quiere
lograr. Partiendo, no de lo que se sabe o no se sabe, sino más bien
de lo que se debe saber, de lo que está por descubrir, maestro
y alumno, cualquiera de los dos, pueden llegar primero, estén o no a la misma
distancia. Sobre todo a nivel universitario hay una serie de
actividades que van dirigidas más que a la información y comunicación de lo
dado, de lo consabido, al descubrimiento y al análisis crítico, las cuales
podrían acelerar el proceso de transescolarización. Estamos
conscientes de que dichas actividades, nos estamos refiriendo a la
investigación, son "insignificantes" en la Universidad de Puerto Rico
(Comisión sobre Reforma Educativa, 1977), y que en las universidades privadas
dicha actividad investigativa es más que insignificante; pero es una
posibilidad que está ahí, ante nosotros. El maestro de
la transescolarización ha de ser participante, investigador
(especialista) y compañero de trabajo, un amigo interesado en el desarrollo de
la personalidad total. Conocer al joven como estudiante y como
persona. Este conocimiento-comunicación es para el aprendizaje un
factor tan importante o más que la lista interminable de métodos y técnicas
para la enseñanza.
Los pueblos cansadamente democráticos han retoñado actitudes pasivas en
aquellas áreas de poder significativas, como es la del derecho a la
educación. Este derecho se ha convertido para el estudiante en
"derecho a ser educado", y para el profesor en "derecho a educar
y enseñar". Es necesario abolir ambos derechos entendidos con
esa exclusividad: el derecho estudiantil de ser formado (moldeado) y el derecho
magisterial de formar. Ha sido este deslinde de derechos lo que ha
consolidado el paternalismo claustral y el infantilismo estudiantil. Nuestro
estudiante universitario deja aparentemente en su casa hogareña un padre y a
una madre, llega a la universidad y se encuentra sorpresivamente con otro hogar
y otra familia más numerosa (la otra "Alma Mater"), con un número
mayor de padres y madres. Dada la complicidad y la complementariedad
de roles de estas dos instituciones, la familia y la universidad, se hace
también necesaria para una autonomía más original, además de
la transescolarización, la transfamiliarización o
el descondicionamiento familiar.
CONCLUSIÓN
Condicionar la
transformación profunda de la educación como sistema a una transformación
radical de las relaciones de producción, tal como propone la escuela
radical-marxista americana, o a una transformación de la sociedad en todas sus
estructuras como exigen los educadores radicales en general, es conceder una
espera demasiado larga a nuestro sistema educativo agonizante. Las
naciones socialistas han optado por una educación de carácter colectivista,
reforzando las actitudes de cooperación y altruismo, pero aun así el cambio
logrado no ha sido significativo en comparación con la educación de carácter
individualista.
Hay que tener en cuenta a la hora de proponer un
cambio sustancial en la educación, que el sistema educativo, de cualquier tipo
de organización social se debe en última instancia al poder que la
creó. Partiendo de este supuesto es que
la transescolarización ha puesto sus esperanzas, si alguna, en los
sujetos (maestros y estudiantes) para el aprendizaje, antes que en el sistema
educativo y en los sistemas político-sociales. Esta impotencia
fáctica de un cambio sustancial en la educación por parte de la oficialidad, se
revela en el hecho de que cualquier institución educativa, cualquier director
de escuela y universidad que intente superar el mito adámico y prometéico,
que intente robar el arte de la creación de valores, el fuego de la
originalidad o el conocimiento intuitivo de aquello que normaliza lo que es
bueno y malo, serán perseguidos por la sombra iracunda de los dioses.
La transescolarización no es un sistema educativo ni envuelve un
programa político, es una actitud, una ideología y una conducta individual o
colectiva, más individual que colectiva, que postula un cambio del individuo
frente a y dentro de cualquier sistema educativo. Por consiguiente,
se relega a un segundo lugar la forma de educación (formal o informal,
escolarizada o desescolarizada) frente al
individuo. La transescolarización es un esfuerzo más para
apropiarse y responsabilizarse el ser humano de su aprendizaje, no importa en
manos de quienes estén la enseñanza y las técnicas de enseñanza.
La transescolarización, la palabra no lo indica expresamente, se hace
también imperativa en aquellos ambientes que se da la educación y la
manipulación del hombre: familia, trabajo, tiempo libre, medios de
comunicación, consumo de bienes y servicios, instituciones religiosas,
políticas y sociales.
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